sábado, 23 de octubre de 2010

MIRANDO POR ENCIMA DEL HOMBRO

Es lo que le pasa al fariseo de la parábola que haciendo oración hace una lista de los pecados del publicano. Tan seguro está de sí mismo que no necesita a Dios para nada. No hay en su retahíla ni un momento de duda ni  nada que exprese la necesidad de Dios porque es que yo soy justo -piensa- mientras que ese otro no. Me lo imagino mirando por el rabillo del ojo para ver quien andaba a la punta de atrás del templo viéndole hacer su oración, es decir, que ni siquiera estaba en lo que estaba. Esos, pensaba, esos son los pecadores, los que no cumplen, los que no te honran; yo sí que lo hago y mira esta es mi lista de virtudes y cosas buenas... No sabemos si daba gracias a Dios por lo que hacía en él o porque el otro fuera tan pecador que le permitia sentirse bien.
La  actitud del publicano, nos dice Jesús, era distinta, pues aceptaba su  falta, buscaba la misericordia de Dios. Reconocía, además, la  necesidad de cambiar, de convertirse. No se comprara con nadie, no hace lista ninguna, sólo pide compasión, porque sabe que no cumple y que necesita de la gracia de Dios, de su perdón. Y fue quien lo encontró
El primero andaba en los humos de la vanagloria. El segundo se movía  en el reconocimiento de su realidad necesitada de cambio.
Esto lo dice Jesús "por algunos que, sintiéndose por justos, se sentían seguros de si mismos y despreciaban a los demás".
Bueno pues ahí queda eso, ahora nos toca a nosotros mirarnos con sinceridad y ver dónde andamos, porque alguna conclusión a nivel personal hemos de hacer, ¡digo yo! De repente descubrimos que la actitud del fariseo es más frecuente en  nosotros que la del publicano, porque eso de mirar por encima del hombro, me da a mi, que es más  habitual de lo que creemos. Y no sólo en los otros, no, también en nuestro corazón. Así que una buena dosis de sinceridad, sazonada con humildad y servida con reconocimiento de verdad seguro que  no nos vendrá nada mal.
¡Felíz Domingo!

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