domingo, 9 de enero de 2011

PARA CONOCER UN POQUITO MÁS POR MARÍA SÁNCHEZ

¿DESDE CUÁNDO USAMOS? 
  
Son muchas las ocasiones en las que, usando cualquier artilugio, pensamos que fue descubierto hace tres días. Nuestra sorpresa llega cuando descubrimos que ya estaban aquí mucho antes que nosotros.
Un poco por curiosidad y, otro por entretenimiento, espero que hoy se despejen vuestras dudas

LAS CANICAS. 
Se dice que las musas visitan al artista cuando éste menos lo espera. En mi caso hay dos diferencias; primero que no me considero artista, articulista este caso, y segundo que lo que me inspiró a dedicar esta sección a las canicas fue el momento del postre, más en concreto, mientras disfrutaba de un delicioso albaricoque.
Mire usted de que forma tan practica, sencilla y agradable sentí la necesidad de compartir con ustedes, estimados lectores, la historia y procedencia de las canicas.
De aquellas primeras canicas, de las que les hablaré más adelante, a las que nosotros usábamos hay tanta diferencia como del sol a la luna.
Como digo anteriormente fue un albaricoque o, la semilla  de éste, lo que me trajo a la memoria aquel juego de la niñez, cuando con la pipa de dicha fruta, hacíamos unos pitos, que para si los quisieran los árbitros hoy en día.
Para sacarle el sonido, con el que luego volvíamos  locos a todo aquel que osara pasar a nuestro lado, nos pasábamos largas horas afilando, por su parte más estrecha,  la bendita pipa en el suelo de cemento o una piedra que fuera amañadita. Frota que frota, hasta lograr sacarle lo que llamábamos “la almendra” por la forma y el color semejante a éste fruto seco.
 Era  lo único en lo que se le parecía, ya que cuando a algún  atrevido se le ocurría comerla, salía babeándose pues era  tan amarga como leche tabaiba.
Pero, no era sólo este órgano musical lo que sacábamos de la semilla lo mejor era hacer de ella uno de los entretenimientos más divertidos y baratos.
Me estoy refiriendo a  “el juego de las pipas”; poco a poco “ajuntábamos”  todas las que podíamos y más. Entre ellas elegíamos la más grande y gorda, con la que hacíamos “la cocinilla”.
 Ésta se colocaba en un ángulo, entre  la acera y el frontis de una casa o, la misma acera y la calle en posición vertical, mientras  con las más pequeñas, y desde una distancia que se medía poniendo un pie delante del otro, intentábamos sacar  la “cocinilla” de su sitio. Antes de tirar y, como para que hiciera  peso se le ponía un bizquito de saliva, luego la lanzábamos  al mismo tiempo que rezábamos para lograr darle y llevarnos el tan ansiado botín.
El premio, para el que lograra darle y moverla, era llevarse todas las pipas que los otros niños habían tirado antes  sin demasiada suerte. 
Como en aquella época no existían las bolsas de plástico los niños guardaban sus “tesoros” en los bolsillos del pantalón. Recuerdo verlos con los bolsillos tan llenos de pipas, que parecían que llevaran miriñaques, por los grandes bultos que le salían por los lados.
Las niñas, más finas ellas, y al no llevar pantalones andábamos a la caza de los cartuchos de papel para guardarlas, a menos que nuestra madre nos hiciera una “taleguita” con un recorte de tela de los que tenia en casa.
 Bien es verdad que éste juego era más de varones que de hembras, motivo que aprovechaba el mataperros de turno, el mismo que nadie quería como compañero de juegos y que como venganza decía – “los niños con las niñas huelen a mierda de gallina”-
En aquellos tiempos los juegos unisex no existían y pobre del niño que jugara con muñecas o la niña con el balón.
Luego llegaron las canicas, así las llamaban  los peninsulares, nosotros los canarios, las bautizamos como “boliches” ¡fueron la revolución! Eran preciosos; los primeros que llegaron a nuestras manos nos dejaron con los ojos como platos y asombraditos de tanta belleza.
Los más comunes eran los de vidrio, y en su interior traían unos colorines bastante llamativos, que por mucho que lo intenté nunca pude saber que era lo que le daba aquellos matices tan lindos, ya que nunca pude romperlo por mucho que lo pretendí. Estas bellezas tan novedosas reemplazaron a las “entrañables” pipas de albaricoque. 
Pero, como puede suponer, estas canicas  no se inventaron cuando usted o yo éramos unos “mocosos”.
 Hace 4500 años los niños egipcios jugaban a las canicas, con piedras semipreciosas, ágata, alabastro etc. Los menos pudientes lo hacían con avellanas, almendras o cualquier otro fruto seco, que se prestara para poner en práctica tal divertimento.
 El juego ha sido siempre muy popular, tanto que, según cuentan, el emperador romano César Augusto solía bajar de su litera para unirse a los niños que jugaban con canicas en la calle.
Como ocurría con muchos otros juegos en la antigüedad, los adultos también las usaban con propósitos adivinatorios.

  Frase. ¿EL NIÑO QUE FUIMOS SE SENTIRÍA ORGULLOSO DE LO QUE SOMOS AHORA?  
 

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