martes, 14 de septiembre de 2010

LA CRUZ COMO NORTE Y GUÍA

Fue un catorce de septiembre, allá por el año 320, cuando Santa Elena, madre del emperador Constantino y según la crónica de Alejandría, encontró un brazo de la Cruz de Cristo y desde entonces se viene  venerando esta hermosa reliquia.
Ese es el dato histórico, pero no quería yo centrarme en ello, sino más bien en como usamos hoy nosotros la señal de la Cruz, que es el signo que identifica a los que creemos en el que murió en ella. La Cruz se ha convertido en algo muy habitual en nuestras vidas, la usan los deportistas al salir al campo de juego, la usamos a la hora de comer o salir de casa, a la hora de iniciar un acto religioso o cuando, simplemente, nos vemos en apuros y queremos invocar la protección del Señor. Con ella  invocamos al Dios Trinitario que es centro y eje de la vida de los creyentes.
No falta tampoco quienes la usan como adorno; unos, no todos, la llevan al pecho, pero otros inclusive se la cuelgan en una oreja o en la nariz, otros no quieren saber nada de ella y abogan porque desaparezca de los sitios públicos. En fin, que hay de todo y para todos los gustos. Lo cierto es que la Cruz sigue estando ahí. Un instrumento de tortura  ha pasado a convertirse, por la muerte de nuestro Redentor en ella, signo de salvación.
Abogamos por honrarla y venerarla dignamente porque ella nos recuerda el amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, para nuestra salvación. Cada vez que nos signamos estamos reconociendo, pidiendo  o actualizando ese gesto de amor salvador del Dios Trinitario sobre nuestras vidas.
Termino con este poema oración de León Felipe.

 UNA CRUZ SENCILLA

Hazme una cruz sencilla,
carpintero...
sin añadidos
ni ornamentos...
que se vean desnudos
los maderos,
desnudos
y decididamente rectos:
los brazos en abrazo hacia la tierra,
el astil disparándose a los cielos.
Que no haya un solo adorno
que distraiga este gesto:
este equilibrio humano
de los dos mandamientos...
sencilla, sencilla...
hazme una cruz sencilla, carpintero.

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