lunes, 16 de mayo de 2011

Mary Sánchez nos escribe

CON MOSTRADOR AL FRENTE NI AMIGOS NI PARIENTES. (II) 

Podemos aplicarlo a aquellas personas que por motivos laborales o personales son rectos en su trato sin hacer discriminaciones ni distingos entre amigos, clientes y parientes. Este dicho sentencioso me trae a la memoria las entrañables tiendas de aceite y vinagre, que tanto abundaban en todos los pueblos y ciudades, donde este refrán se hacía muy popular. Hoy, que los grandes tiburones de los súper mercados, se han ido tragando aquellas “tienditas” con su mostrador forrado de lata, o los más modernos con la brillante fórmica, no sólo hemos perdido el mostrador por medio,sino el trato cercano el tu a tu entre el tendero/a y el cliente. Mientras, con más maña que fuerza le daban a la bomba, para despacharte el ½ litro de aceite o petróleo te contaban que “fulanita de tal” se había muerto. O que a “menganito” lo cogió la mujer durmiendo con la querindanga. Cuando llegabas a tu casa traías, a parte de la compra, las noticias fresquitasde todo el barrio. Los parroquianos acudíamos a ellas para hacer la compra de la semana o el “perreo” de todos los días como se decía. Unos, los más afortunados, llevaban las perritas en las manos.Los que apenas tenían para el día a día mandaban al chiquillo, con la lista de lo más necesario, ¡que no era cuestión de sobrepasarse!, y cuando la compra estabaen el cesto o talega llegaba la parte amarga del vendedor al escuchar la voz del crío que advertía:
- “Dice mi madre que se lo apunte”.
Si la madre en cuestión era de las pagadoras no había problema,se apuntaba y punto, pero si era de las morosas al dueño de la tienda le corrían sudores de sangre y claro, ¿quién se llevaba la rociá?: el pobre chiquillo, que para eso lo mando la madre y así se ahorraba ella la vergüenza de que se lo dijera
delante de otros clientes… ya se sabe, el que tiene niño…
Estos recuerdos de mis años mozos me traen a la memoria una situación de la que fui testigo, sin comerlo ni beberlo y, a la que este refrán viene como anillo al dedo a la vez que deja notoria realidad que, como he dicho anteriormente, manifiesta una verdad tan grande como una catedral. La anécdota en cuestión la protagonizaron un médico, una prima suya y esta servidora. Se llamaba el doctor Don Fernando C.
El facultativo,como tal, había ganado notoriedad de ser de lo mejorcito que había en el ambulatorio de San Juan, en Telde, pero, también por méritos propios,había ganado fama de ser una persona seria y poco accesible con los pacientes.
Sucedió la cosa de esta manera. Cuando me encontraba en el despacho y hablaba con este médico, se abre la puerta de repente, a la vez que entra una señora, muy apurada que le dice:
- “Fernando hazme estas recetas”.
Ni corto ni perezoso le pregunta:
- ¿Qué número tienes?
A lo que ella le contesta muy pizpireta:
- "Muchacho; son tres recetas nada más y no voy a estar aquí toda la tarde”.
Viendo la cara de pocos amigos del doctor y, sabiendo a quien se enfrentaba, la señora me mira y como para quitarle hierro al asunto me dice:
-“Es mi primo”.
Él estira el brazo y señalándole la puerta le grita:
- “Ponte fuera y espera tu turno que en mi consulta no tengo parientes ni amigos”.
No se puede hacer más honor a la máxima de este refrán que la que él hizo en ese momento porque, mala uva toda la que se quiera pero, tanta razón, como un santo.

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