sábado, 12 de mayo de 2012

POR MARÍA SÁNCHEZ

EL MÁS TONTO HACE RELOJES
El refrán de hoy hace alusión a un tipo de personas que aparentan no saber ni conocer las cosas que les rodean. 
Nos hacen creer que nada o casi nada tiene interés para ellos.Si en su presencia  hablamos de cualquier tema pone cara de; no sé, no me interesa, siendo la realidad bien distinta. Están al cabo de la calle de todo lo que acontece a su alrededor aunque siempre ponen la expresión de estar en un mundo que se han creado ellos mismos.
Son personas que, aparentando ser menos listos de lo que en realidad son, van poco a poco, sonsacando aquello que realmente les interesa saber. Las  personas con este perfil llegan a sacarnos de nuestras casillas cuándo, después de media hora de conversación donde nos han hecho creer estar interesados sobre lo que hablamos, nos espetan en la cara “mira eso a mí no me interesa pero, dime, ¿es verdad que tu hermana se casó embarazada?  Ante esta reacción uno aprieta los puños, para calmar los nervios, mientras pensamos “mira este “jeringao” y parecía bobo”. Esta definición la uso con el respeto que merecen las personas que padecen cualquier enfermedad psíquica.
Cuarenta años atrás no se conocía el síndrome de Down tampoco habían niños especiales ni se hablaba de la esquizofrenia. Sólo sabíamos que había  bobos y locos.
 Todos hemos conocido a uno de estos “bobos”  que forman parte de todo pueblo, ciudad o villa que se precie.
Como no podía ser menos Agüimes también tuvo su “bobo” al que llamaremos José.
José era alto, delgado y moreno. No tendría más de treinta años cuando lo conocí.  Era una persona autónoma, dentro de los límites que su enfermedad le permitían. Sus pasatiempos eran amplios y variados tanto que el muchacho se dedicaba a criar unas “gallinitas” o unos conejos, que luego vendía entre los vecinos y alguna tienda que le hacía el encargo, hacia los mandados de su casa etc.
Resumiendo, que el muchacho se defendía muy bien, con mucha maña y sin dejar que nadie lo engañara.
Una de las tiendas donde él vendía los huevos era la de  Panchito. José llevaba los huevos, muy bien colocados, en un cesto hecho de caña blanca adornado con una cenefa marrón.  Para que no se rompieran los acomodaba entre la viruta que su hermana le traía del almacén y, que allí la usaban para empaquetar el tomate.  Panchito le pagaba en metálico porque, una cosa si tenía José muy clarita, lo que él vendía él lo cobraba. Nada de ir descontándolo de la cuenta que su madre debía en la tienda y así se lo hacía saber a todo aquel a quién  le compraba su mercancía- “Lo de mi madre es de mi madre y lo mío es mío”
Como digo, era en la tienda ya mencionada, donde él tenía su mayor cliente. Tal era la frecuencia de la compra que  Panchito le hacia el encargo de que le trajera una ó dos docenas de huevos todas las semanas; (recordemos que en la época en la que sitúo la anécdota las amas de casa no compraban los huevos  por docenas).
Cuando nuestro hombre llegaba con su mercancía y la ilusión de cobrar aquellos más los que ya le debía, Panchito le decía “te los pago la semana que viene”. En otras ocasiones trataba de engatusarlo queriendo que, a cambio del dinero, llevara millo para las gallinas o unas alpargatas nuevas de dos colores, rojas y azules, que le habían llegado a la tienda.
José, de mal humor, contestaba “usted págueme lo que me debe, que el millo me lo da Anania el del molino de los que quedan partidos en la torva y, las alpargatas me las compra mi madre.  
El muchacho, que ya estaba hasta el gorro de tanto fiao y la libreta llena de palitos, (cada palito era una docena de huevos)  decidió cobrar la cuenta a su manera.
A  primera hora de la mañana del lunes llega José con sus dos docenas de huevos y escucha la misma historia de siempre. Sale por la puerta sin decir una palabra pero serio y más encendido que una fogalera.
Ya era mediado de semana cuando Panchito manda recado a José con un vecino. Nada más entrar por la puerta pregunta ¿Me va a pagar Panchito? ¿Pagarte jodio guanajo? -  “Ayer vino  Rosarito, la de la Vegueta,  engrifa como una julaga y dando gritos porque, de los cuatro huevos que le vendí el lunes, tres le salieron gueros ¿Tú me estas trayendo los huevos viejos José? Éste lo mira a la cara a la vez que responde, apretando su cesto de caña contra el pecho “Mire, Panchito, son de la misma echaura que  la cuenta que usted me debe y que ahora mismito tiene hasta cría”.
  ¡Y lo llamaban José el bobo!
  Esto nos enseña que nunca debemos subestimar ni menospreciar a nadie, ya que todo lo malo que hagamos a un semejante, repercutirá en nosotros como un bumerang.
 

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