sábado, 5 de mayo de 2012

¿DUELO O ACTO SOCIAL?


POR MARÍA SÁNCHEZ

Que todos los extremos son malos es algo que a nadie se le esconde.
También es cierto que nunca llueve a gusto de todos. Continuando con los dichos, citaré el que dice que no hay boda sin llantos ni duelo sin risas.
Y, es aquí en los duelos, donde, desde mi opinión personal, se ha llegado al extremo de pasar de aquellos gritos lastimeros, quejumbrosos y plañideros, rozando casi la histeria colectiva, hasta lo que presenciamos hoy en cualquier tanatorio donde acudimos para acompañar a un amigo o familiar que se ha ido y a los que están pasando por tan triste momento.
Hace algún tiempo vengo observando el comportamiento y la falta de respeto que manifiestan  algunas personas en un duelo. Llegan a ser tantas y tan altas las voces y risas que más parece una plaza de mercado en la hora del regateo que el lugar donde se vela a un ser querido.
No hace muchos días acudí al tanatorio con el fin de acompañar a los familiares del finado. Nada más entrar tuve que abrirme paso con dificultad, ya que por un lado, el tanatorio no es lo suficientemente grande y no tiene cabida para los acompañantes, y otro motivo es por que son muchas las personas que optan por, una vez que han dado el pésame, salir hasta la calle para fumar y entrar en tertulia.
Una vez que pude acceder a la antesala, mi asombro fue mayúsculo al oír a tanta gente hablando y riendo a la vez, como si se tratara de una competición de gritos y carcajadas.
Tal vez estoy desfasada o equivocada en mi postura pero, creo que en este caso, se está llegando a un punto en el que hemos perdido el respeto a los muertos y sobre todo a la familia.
Tengamos en cuenta que puede haber una madre que llora la perdida de un hijo, tal como ocurrió el pasado domingo, donde acudí a dos duelos donde unas hijas despedían para siempre a su madre y acompañé a una madre que lloraba desconsolada la muerte de su hijo. Fue en éste donde una persona se levantó para pedir que bajaran la voz.
Me sentí mal y con vergüenza ajena la misma que sentí cuando, en otra ocasión, una señora deseaba rezar una oración por el difunto.
Después de pedir reiteradas veces un poco de silencio y, viendo que nadie hacia el mínimo gesto de callar siquiera un minuto, decidió no leer ni rezar por el alma de aquel ser que nos abandonó para siempre.
Al comentar sobre esto con una amiga me dijo- “los duelos se han convertido en un acto social” ¿Tendrá razón mi amiga?
Ante aquel contraste de vida y misterios, de luz y tinieblas, medité un momento: ¡Dios mío qué solos se quedan los muertos! Gustavo A. Bécquer.



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