sábado, 21 de enero de 2012

¿DESDE CUÁNDO USAMOS?

EL PLUMERO.
Por María Sánchez.
Sin miedo a equivocarme me atrevería a jurar que, una de las tareas más pesadas de la casa, es limpiar el polvo. Lo mismo para hombres que para mujeres esta es una de las labores  a la que ponemos más remilgos.
Desde pequeños es una de las asignaturas obligatorias  que tenemos en casa; luego viene la de  fregar, esto para  cuando eres galletona  y tu madre ya confía en que no romperás las escudillas o los platos. Cuando mi santa madre comenzó con el teque, teque de que tenía que ayudar en casa, lo primero que me puso en las manos fue un trozo de lo que un día fue una camisilla de mi padre. Cuando ya se quedaban picadas por el uso y las lavadas ella las reciclaba para todo lo que diera y más. Con aquel improvisado paño de polvo me pase media niñez y una parte de la adolescencia. 

 Ni que decir tiene que rompí mitad de las figuras, que a plazos, compraba mi madre a un señor que vendía de puerta en puerta. Mientras ella me regañaba, yo iba recogiendo los trozos que me vendrían bien para pintar en la calle el cuadro con el que luego jugaba al teje con mis amigas.
Como pueden imaginar las valiosas figuritas no eran de Lladró, se trataba de simples imágenes de tiza.  

 Lo del fregadero fue peor; aquí le cambié el modelo a toda la vajilla, a la taza que no le faltaba el asa la “desvirotaba” por los bordes Lógicamente así no eran útiles por lo menos para comer  pero, del mismo modo que yo aprovechaba la tiza para hacer rayones mi hermana le hacía un agujero a la taza, con mucha paciencia y un taladro de mano. Con ella improvisaba una maceta donde plantaba un periquito que a los pocos días daba gloria verlo.
 Pero, volvamos a lo de limpiar el polvo. De mi trocito de camisilla a lo que hoy usamos hay un abismo. Empezaron a llegar los paños de La Cadena ¡Qué buenos eran! ¡Suavecitos!, no dejaban pelusa y lo buenos que eran para lavarlos. Años después llegaron unos muy finos que, según decían, casi recogían el polvo ellos solitos. Claro que con la ayuda de múltiples spray.
 Recuerdo uno en concreto que anunciaba una señora en televisión. Lo esparcía por la mesa y se deslizaba por ésta encima del paño del polvo, emulando a Aladín y la alfombra mágica. Detrás llegó otro que se pone en el agua, éste según los fabricantes, ayuda a conservar la madera. Seguir relatando las propiedades de cada uno de estos inventos llevaría mucho tiempo y este artículo resultará pesado y monótono; tanto o más que quitar el polvo a nuestros muebles.
 Años después llegó otra novedad ¡El plumero! utensilio que se continúa usando en nuestros días. Sepamos quién tuvo la brillante idea de inventarlo.
 Para empezar sepan que sus inicios no fueron tan fáciles como su utilización. Lo primero que provocó fue un conflicto conyugal entre Susan  Hibbard, la inventora, y su esposo.
Sucedió que la  buena señora tuvo la feliz ocurrencia de no tirar las plumas de los pavos que cocinaba. Con ellas formaba un ramillete con el que quitaba más rápido y con mayor comodidad el polvo de sus muebles.
Lo curioso es que su marido fue el que solicitó la patente del plumero pero Susan dijo que de eso nada de nada.  Así que pidió el divorcio e inició un duro proceso judicial. Por fin en 1876 el plumero quedó como idea de Susan Hibbard gracias a su idea de guardar las plumas de los pavos.
¿Será por eso que dice nuestro querido Manolo Viera, que las mujeres tenemos la manía de guardarlo todo? Pues tal vez.

No hay comentarios: