viernes, 21 de octubre de 2011

DE LA ANTIGUA CHATARRA AL ACTUAL DESGUACE


 Por María Sánchez.
En mis años mozos solíamos ir a una chatarra con la esperanza de encontrar la pieza que necesitaba nuestro viejo coche, al que con un “trasplante” mecánico continuábamos sacándole provecho unos días e incluso unos años más, hasta que podíamos comprar uno de “paquete”. Ir a la chatarra significaba encontrarnos con un solar, más o menos amplio repleto de coches, ya desahuciados, atiborrados éstos de repuestos de otros que anteriormente habían corrido la misma suerte.
Todo el entorno en sí era un batíburrillo donde se amontonaban; los parachoques con las bielas y los faros con los amortiguadores. Normalmente lo poco que se podía encontrar, más o menos ordenado, eran los neumáticos tal vez porque no era difícil amontonarlos unos encima de otros.
Por lo demás era peliagudo encontrar un poco de orden en aquel solar donde correteaban las gallinas delante de un perro, que en algún momento, perdió su color de nacimiento para tener ahora uno de difícil definición a causa del tizne, grasa y suciedad que poco a poco fue acumulando en su cuerpo.
Era fácil, eso sí, encontrarnos un nido en el asiento trasero de un viejo y ya caduco camión Pegaso del que sólo quedaba la carrocería.
A la desesperada buscábamos, en aquel maremagnun caótico, la tapa del delco que nos ayudara a poner en marcha nuestro ya maltrecho coche.
Tal faena nos llevaba una mañana completa. Primero: teníamos que buscarla nosotros mismos ya que, en muchos casos, el propietario sabia que estar estaba pero… ¿Dónde? Segundo: si al final la encontraba y su intención era llevársela en ese momento se ponía usted manos a la obra y, destornillador en ristre, se preparaba para sacarla de las entrañas del motor.
Por último llegaba la hora del pago. En este trámite se empleaba no menos de treinta o cuarenta minutos pues, normalmente, se llegaba al precio final después de un largo regateo que siempre favorecía al chatarrero y al comprador.
Hoy en día aquel solar que parecía un cajón desastre, donde encontrábamos la pieza ya usada que nos sacaba del apuro, ha dejado de llamarse; “El solar de la chatarra” para denominarse “El desguace”.
Días atrás acudí a uno de ellos ya que mi coche pedía, a la desesperada, un cambio del asiento del acompañante. Puesto que la cosa monetaria no está para lanzar voladores visité tres de los muchos que me recomendaron.
Puesto que, como digo al principio visité la chatarra en mis años mozos, ahora pasados unos “pocos” años más, me llevé una sorpresa al entrar en el primero. Ya no existía el solar que yo conocía ni los repuestos se encontraban apilados unos encima de otros. En este caso concreto era una nave de grandes dimensiones donde, a cuatro en fondo, se encontraban unas estanterías metálicas en las que, meticulosamente colocados, se encontraban; tubos de escape, amortiguadores, espejos retrovisores etc. Cada uno con su precio y número de serie. Al preguntar por el sillón que necesitaba no dijeron el consabido -“Pase y búsquelo” no, en este caso el amable dependiente fue al ordenador, metió la clave y me dijo- “lo siento señora no tengo”
A medida que continuaba mi periplo por estos establecimientos aumentaba mi sorpresa. Lo que encontraba era un tipo de supermercado donde cada cosa se encontraba en su lugar exacto. Al entrar encontraba una sala donde tomaba un número que me daba la vez para ser atendida por un agradable empleado que, tras mi pregunta, se dirigía, como los anteriores, al ordenador donde verificaba si tenía o no mi pedido.
El último que visité puso la guinda a este pastel. Después de coger el número correspondiente y esperar mi turno, la empleada a la que hago mi petición, habla por medio de una emisora portátil con la persona que se encuentra donde están los coches de desguase. La repuesta es afirmativa y me trasladan en uno de los coches desahuciados hasta el lugar donde, alineados perfectamente, se encontraban incontables coches de diferentes marcas y modelos.
De todo esto, lo que me llamó poderosamente la atención, fue ver la forma en las que se exhibían un número indeterminado de puertas, perfectamente colocadas en estanterías, de todos los modelos y colores que pueda conocerse.
Después de ver estos cambios no dejaba de pensar en aquel entrañable chatarrero que conocí cuando, esta mujer hoy madura, no peinaba canas. El chatarrero al que recuerdo se llamaba Santiago, era alto, enjuto, de carácter serio pero a la vez buena gente. Su “uniforme” era un mono azul, una boina ladeada y la colilla de un mecánico blanco ( 1) pegada, permanentemente, a la comisura de sus labios.
Ante este cambio, que veo positivo, me cabe una duda. Si a los propietarios de las chatarras se les llamaban chatarreros. ¿Cómo se les debe llamar a los propietarios de los desguaces?
Vaya mí recuerdo para todos aquellos antiguos chatarreros que tantas veces no sacaron de un apuro.
(1): Marca de cigarrillos

No hay comentarios: