viernes, 27 de abril de 2012

POR MARÍA SÁNCHEZ


UNA HISTORIA REAL
Siempre se ha dicho que (cada uno tiene lo que se merece) En el caso que deseo contarles manifiesto que este dicho, frase o refrán, no hacen justicia a la persona que ahora mismo está pasando uno de los peores momentos de su vida.
Como toda persona bien nacida la protagonista de esta historia también tiene su nombre. Para preservar su intimidad digamos que esta señora se llama Rosa. Desde que conocí a Rosa descubrí a una persona con un corazón de esos que no caben en el pecho.
Cuando llegó a mi vida, Rosa era una mujer viuda, madre de tres hijos y abuela orgullosa de dos nietas que la llaman yeya. Siempre fue una mujer trabajadora que supo sacar adelante su casa, su negocio y sus hijos.
Sus ratos de ocio los disfrutaba acudiendo a los bailes con las amigas, (no sin antes acudir a la iglesia para participar de la misa como buena cristiana). Luego, como toda mujer joven, acudía a su sala de fiesta favorita, donde disfrutaba de lo único material que era su pasión ¡La música!
Con el trabajo y el amor de sus hijos y nietas iba trascurriendo su vida hasta que, en una de sus visitas médicas, le detectan azúcar en sangre o lo que es lo mismo se vuelve diabética. Esto en sí no tiene mayor problema si la persona se cuida. Pero, Rosa, al comienzo de su enfermedad no se cuidó lo suficiente, como hacen otros miles de diabéticos.
Bastaron pocos años para que las enfermedades hicieran parada y fonda en su cuerpo, enfermedades que llevó con cristiana resignación, y a las que siempre ponía una sonrisa de oreja a oreja. Su verdadero calvario comienza cuando, además de ser diabética, se le detecta que también tiene el colesterol alto. De ahí a una mala circulación sanguínea hay un paso y, desgraciadamente, Rosa lo cruzó. Lo que empezó como una simple llaga en un pie pasó a ser una escara que nunca terminaba de curarse.
Este contratiempo acabo llevándola al quirófano, donde le amputaron una pierna, lo que la ató a una cama y una silla de ruedas.
Más no acaban aquí sus males. Hace sólo un año su corazón, dolorido y cansado de sufrir, le propinó un tremendo susto cuando se quedó parado por un momento. Por ser una persona que toma anticoagulante la operación no es viable.
Pero, como se dice en el mundo del circo, “aún hay más”. Hace unos meses sufre un dolor tremendo en uno de sus ojos y le detectan una ulcera que, dado el estado de su corazón, tampoco pueden operar lo que la ha dejado, de momento, ciega de ese ojo.
Por si todo esto fuera poco mí amiga, esa mujer maravillosa, llena de cariño y con la sonrisa a flor de piel para todo el que se acerca a su lado, está dando los primeros pasos para entrar en ese mundo lleno de nubes negras, de olvidos, de cambios de carácter (la demencia senil).
Su familia y los amigos que la queremos, nos vemos desesperados, tristes y sin poder hacer otra cosa por ella que estar a su lado.
Hoy mi artículo resuma tristeza, la tristeza que sentí la última vez que vi a mí amiga. Una mujer que no merece lo que la vida le ha dado.

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