sábado, 6 de noviembre de 2010

NO ES DIOS DE MUERTOS, SINO DE VIVOS

Es la respuesta que da Jesús a los saduceos cuando le preguntan por la resurrección -aunque ellos no creían en ella-, pero quieren saber donde basa su argumentación este Galileo y, para más señas, de Nazaret que anda hablando del tema por todas la plazas y rincones y a toda la gente. El tema de la resurrección ya aparece en el Antiguo Testamento y Jesús lo desempolva e insiste en su importancia.
Y es la respuesta que nosotros tenemos para los que siguen hoy preguntando por ello. Es algo que se escapa de las manos como viento, algo que no podemos medir  y que se resiste a comparaciones. La clave está -creo yo- en si creemos en Jesús o no, en si hemos hecho desde Él y con Él  esa experiencia de sentirnos salvados; si en realidad le confesamos como el Señor, como el Hijo de Dios. Entonces es cuando empieza a alumbrar la luz sobre este tema.
 Por otra parte, es verdad que en los textos de los Evangelios se habla de cuatro casos -no sé si se me escapa alguno más- en los que hoy me fijo, que son: Lázaro, la hija de Jairo. el hijo de la viuda de Naín y el mismo Jesús. En todo ellos se habla de resurrección, pero en verdad donde único podemos aplicar el término en toda su densidad es en el caso de Jesús, pues lo de Lázaro, lo de la hija de Jairo o el de Naín no lo podemos clasificar como resurrección, sino como un volver a la vida para volver a morir, sería un revivir.
En definitiva, creer en la resurrección es confesar  nuestra fe en el Dios de la Vida, que es lo que  le dice Jesús a los saduceos. Motivos para creer ya los tenemos en el mismo Jesús que no sólo habló de ello, sino que sabemos resucitó y habita entre nosotros alimentando esta esperanza con mas fuerza quizá, que cuando lo hacia  mientras estuvo entre nosotros.

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