sábado, 17 de abril de 2010

DOMINGO TERCERO DE PASCUA

Es muy hermoso el texto que se nos ofrece hoy para la reflexión desde el Evangelio de San Juan.
También es un poco largo, pero merece la pena que nos lo leamos. Estamos al final de dicho escrito. Es la cita en Galilea donde todo había empezado. Ahora se vueleven a encontrar en la misma situación. Ellos, los Discípulos, en la faena y el Maestro Resucitado que se presenta en la misma orilla, esa orilla desde la que un día les invitó y ellos, dejándolo todo, le siguieron.
Se vuelve a repetir la escena, el mismo lugar, la misma situación, la misma faena.
Pero ellos no son los mismos: ni el Maestro, ni los pescadores.
Ha pasado algo; algo ha sucedido que les ha tranformado interiormente, sobre todo a los pescadores, de tal forma que cuando el arco de la esperanza llega a su límite, sólo una frase es necesaria para que el amanecer de aquel día, con una noche infructuosa de pesca se vea lleno de luz y de gozo : "Es el Señor", le dice Juan a Pedro.
Atención porque éste descubrimiento que hace Juan sucede después de haber obedecido la Palabra de Aquel extraño que está en la orilla dando como fruto una pesca abundante. Esto ya habia sucedido antes.
El encuentro y la emoción no pueden ser más trepidantes y en el compartir llega la calma y la serenidad. Y es el momento en que Jesús, viendo que Pedro sigue en su desaforada fidelidad, le da la oportunidad de confirmarle como pastor de los hermanos con ese diálogo, en donde es instado a declarar su amor sin ponerse por encima de los demás. Ahora no es: yo te quiero más que estos. Ahora es: "Señor, tu sabes que te quiero "
Termina el texto con un "SIGUEME" lleno de fuerza y de presagios que inagura aquello de "les haré pescadores de hombres".
Juan desde la perspectiva en el tiempo termina el texto aclarando la hondura de ese sígueme
pronunciado por Jesús y que Pedro no duda en llevar a cabo hasta sus últimas consecuencias.
¡Feliz Domingo!

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