Frente a la situación de rechazo que sufre Jesús por la gente estando en su agonía, este hombre le busca como su única esperanza. Suena a confesión de fe, más allá de lo que está sucediendo. Suena, en labios del ajusticiado, a un anhelo inquebrantable: no dejar que el mal sea el que diga la última palabra en su vida. La respuesta no se deja esperar.

Y hoy también la Iglesia está llamada a ser palabra alentadora y de consuelo para cualquiera que, como ella, sufra en su vida, con razón o no, la condena. Está llamada, como el Maestro, a olvidarse de sí misma aún sufriendo condena. A apoyar, alentar, esperanzar al que busque una luz en su oscuridad, en su muerte, que no siempre tiene que ser corporal.
No sólo es cargar con la cruz de los demás sino denunciar la cruz, arrancar la cruz de la vida de los hombres. No condenar, no negar. Sí ofrecer paz, aliento, ánimo, acogida. Posibilidades para empezar de nuevo. Fue lo que hizo Jesús y lo que nosotros, como seguidores suyos, hemos de hacer. Este es nuestro Rey. Si queremos ser dignos herederos suyos, no hay otro camino más que el del amor incondicional que lleva a olvidarse de uno cuando junto a nosotros hay alguien que sufre, sea quien sea y venga de donde venga, creyente o no.
¡Feliz Domingo!
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