Nos dice el Evangelio de hoy que estando Jesús, como toda la gente de su pueblo, en en una de las fiestas, los discípulos Andrés y Felipe, le facilitan a unos gentiles la posibilidad de encontrarse con el Maestro, querían conocerlo. Esto a cualquier persona le halaga y le enorgullece, no deja de ser una deferencia y motivo de alago.

Sucede que Jesús desea dejar bien claro que hay una misión que cumplir, que no se trata de buscar al maestro ingenioso y ocurrente a la hora de hablar y decir, que se salta la ley del sábado, que cura a los enfermos y encima nos da de comer. Se trata de descubrir la entrega de Dios en su entrega. El quiere dejar bien sentado que esos signos están hablando de otra cosa: de la acción de Dios en favor de los hombres a través de su persona y que aún no ha llegado a su término. Habla de ser glorificado, pero no al estilo de los hombres. Manifiesta su preocupación, pero también su confianza en el Padre, que le habita, a seguir hasta el final. Esa es su gloria y eso es lo que busca: hacer la voluntad del que le ha enviado. Hay que desechar la tentación del halago y la lisonja fácil y momentánea. No puede perder de vista su misión y no quiere que nadie se lleve a engaño con su persona, por lo que hace o dice, pues todo eso apunta a un mas allá.
La gente que oye el testimonio de la voz del Padre no terminan de entender nada de lo que esta pasando y por eso les recalca que Dios actúa en favor de los hombres. El mal será vencido y el signo de esa victoria es precisamente el hijo levantado en la cruz que atraerá a todos hacia El.
Así el Padre es glorificado por el Hijo y este por el Padre. El Padre reconoce el amor del Hijo y a su vez el Hijo manifiesta el amor del Padre y todo con una finalidad, que el mundo sea liberado, desentrañado del mal, que el mundo también sea glorificado participando de la vida del Padre y del Hijo, vida que brota de la entrega desinteresa y que permanece en continua oferta.
¿Todo esto a qué nos debe llevar?
-A presentar a Jesús como el que se entrega, como el que es fiel, como el que da su vida por nosotros. No a un Jesús líder de pacotilla, superestar, curandero y transgresor de leyes sin motivo ni razón.
A no dejarnos llevar por la lisonja que facilmente nos puede apartar de nuestra misión, a bajarnos de nuestros pedestales de prepotencia y a poner nuestra vida, total y definitivamente, al servicio de las personas, pero sin perder la voluntad de Dios de vista.
Feliz día del Señor.
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