De todo lo sucedido nos queda su palabra, una cruz vacía y el sepulcro.
Todo terminó como muy deprisa, casi no nos da tiempo hacernos a la idea de que ha muerto.

Un día para la reflexión ante la cruz, con la cruz en el corazón, con la cruz como norte y guia.
Nuestros ojos puestos en esa cruz, aún con la sangre fresca del que murió en ella, meditamos,contemplamos, rezamos, recordamos y esperamos la respuesta de Dios a lo acontecido.
Sábado Santo, nuestro sábado Santo también. Nuestro día de despojo y de muerte a todo lo que nos aparte de Dios. Desde lo vivido ya no nos vale ninguna excusa. Invitados a morir con Cristo para poder levantarnos resucitados junto con El, para poder cantar el aleluya del despertar de nuestro sepulcro, por la acción de Dios en nosotros. Mujeres y hombres nuevos que han pasado por su propia muerte habiendonos abandonado en las manos del Padre de forma total y confiada.
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