EL MÁS TONTO HACE RELOJES
El
refrán de hoy hace alusión a un tipo de personas que aparentan no saber
ni conocer las cosas que les rodean.

Son personas que, aparentando ser menos listos de lo que en realidad son, van poco a poco, sonsacando aquello que realmente les interesa saber. Las personas
con este perfil llegan a sacarnos de nuestras casillas cuándo, después
de media hora de conversación donde nos han hecho creer estar
interesados sobre lo que hablamos, nos espetan en la cara “mira eso a mí
no me interesa pero, dime, ¿es verdad que tu hermana se casó
embarazada? Ante esta reacción uno aprieta los
puños, para calmar los nervios, mientras pensamos “mira este “jeringao” y
parecía bobo”. Esta definición la uso con el respeto que merecen las
personas que padecen cualquier enfermedad psíquica.
Cuarenta
años atrás no se conocía el síndrome de Down tampoco habían niños
especiales ni se hablaba de la esquizofrenia. Sólo sabíamos que había bobos y locos.
Todos hemos conocido a uno de estos “bobos” que forman parte de todo pueblo, ciudad o villa que se precie.
Como no podía ser menos Agüimes también tuvo su “bobo” al que llamaremos José.
José era alto, delgado y moreno. No tendría más de treinta años cuando lo conocí. Era
una persona autónoma, dentro de los límites que su enfermedad le
permitían. Sus pasatiempos eran amplios y variados tanto que el muchacho
se dedicaba a criar unas “gallinitas” o unos conejos, que luego vendía
entre los vecinos y alguna tienda que le hacía el encargo, hacia los
mandados de su casa etc.
Resumiendo, que el muchacho se defendía muy bien, con mucha maña y sin dejar que nadie lo engañara.
Una de las tiendas donde él vendía los huevos era la de Panchito. José llevaba los huevos, muy bien colocados, en un cesto hecho de caña blanca adornado con una cenefa marrón. Para
que no se rompieran los acomodaba entre la viruta que su hermana le
traía del almacén y, que allí la usaban para empaquetar el tomate. Panchito
le pagaba en metálico porque, una cosa si tenía José muy clarita, lo
que él vendía él lo cobraba. Nada de ir descontándolo de la cuenta que
su madre debía en la tienda y así se lo hacía saber a todo aquel a quién le compraba su mercancía- “Lo de mi madre es de mi madre y lo mío es mío”
Como digo, era en la tienda ya mencionada, donde él tenía su mayor cliente. Tal era la frecuencia de la compra que Panchito
le hacia el encargo de que le trajera una ó dos docenas de huevos todas
las semanas; (recordemos que en la época en la que sitúo la anécdota
las amas de casa no compraban los huevos por docenas).
Cuando
nuestro hombre llegaba con su mercancía y la ilusión de cobrar aquellos
más los que ya le debía, Panchito le decía “te los pago la semana que
viene”. En otras ocasiones trataba de engatusarlo queriendo que, a
cambio del dinero, llevara millo para las gallinas o unas alpargatas
nuevas de dos colores, rojas y azules, que le habían llegado a la
tienda.
José,
de mal humor, contestaba “usted págueme lo que me debe, que el millo me
lo da Anania el del molino de los que quedan partidos en la torva y,
las alpargatas me las compra mi madre.
El muchacho, que ya estaba hasta el gorro de tanto fiao y la libreta llena de palitos, (cada palito era una docena de huevos) decidió cobrar la cuenta a su manera.
A primera
hora de la mañana del lunes llega José con sus dos docenas de huevos y
escucha la misma historia de siempre. Sale por la puerta sin decir una
palabra pero serio y más encendido que una fogalera.
Ya
era mediado de semana cuando Panchito manda recado a José con un
vecino. Nada más entrar por la puerta pregunta ¿Me va a pagar Panchito?
¿Pagarte jodio guanajo? - “Ayer vino Rosarito, la de la Vegueta, engrifa
como una julaga y dando gritos porque, de los cuatro huevos que le
vendí el lunes, tres le salieron gueros ¿Tú me estas trayendo los huevos
viejos José? Éste lo mira a la cara a la vez que responde, apretando su
cesto de caña contra el pecho “Mire, Panchito, son de la misma echaura
que
la cuenta que usted me debe y que ahora mismito tiene hasta cría”.
¡Y lo llamaban José el bobo!
Esto
nos enseña que nunca debemos subestimar ni menospreciar a nadie, ya que
todo lo malo que hagamos a un semejante, repercutirá en nosotros como
un bumerang.
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