
No falta tampoco quienes la usan como adorno; unos, no todos, la llevan al pecho, pero otros inclusive se la cuelgan en una oreja o en la nariz, otros no quieren saber nada de ella y abogan porque desaparezca de los sitios públicos. En fin, que hay de todo y para todos los gustos. Lo cierto es que la Cruz sigue estando ahí. Un instrumento de tortura ha pasado a convertirse, por la muerte de nuestro Redentor en ella, signo de salvación.
Abogamos por honrarla y venerarla dignamente porque ella nos recuerda el amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, para nuestra salvación. Cada vez que nos signamos estamos reconociendo, pidiendo o actualizando ese gesto de amor salvador del Dios Trinitario sobre nuestras vidas.
Termino con este poema oración de León Felipe.
UNA CRUZ SENCILLA
Hazme una cruz sencilla,
carpintero...
sin añadidos
ni ornamentos...
que se vean desnudos
los maderos,
desnudos
y decididamente rectos:
los brazos en abrazo hacia la tierra,
el astil disparándose a los cielos.
Que no haya un solo adorno
que distraiga este gesto:
este equilibrio humano
de los dos mandamientos...
sencilla, sencilla...
hazme una cruz sencilla, carpintero.
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