con la flor de un requiebro
en los labios,
una caña como humilde bordón
y la fe que conduce mis pasos.
He llegado a los pies de la Virgen
con mi cuerpo transido, cansado
borbotón de plegarias volaron.
El encuentro entre Madre e hijo.
La mirada serena de amparo.
La certeza y el calor del hogar
que en su Casa yo siempre he hallado.
El reloj sonaba en la noche,
las canciones, entre risas y aplausos
y este pobre corazón mío
recordando los primeros años.
He subido este año a Teror.
Las rodillas acusan cansancio.
Madre mía, mientras pueda,
estaré junto a Tí
por el día de tu santo.
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