sábado, 6 de marzo de 2010

TERCER DOMINGO DE CUARESMA

Empezamos este Domingo con el libro del Éxodo: Moisés en las tierras de Madián cuidando las cabras de su suegro Jetró en las laderas del monte Horeb.

Allí Dios por medio del fuego se le manifiesta y le invita a volver a Egipto porque ha escuchado el grito del pueblo en la esclavitud. EL QUE ES, le envía para ser su brazo fuerte que libre a los oprimidos. Hay dificultades, vaya que sí. Moisés se resite, pero termina accediendo y empieza algo nuevo. Los que clamaron a Dios reciben la respuesta en Moisés. Para los que esperaban la liberación no deja de ser un mensajero al cual le acompaña la ambivalencia y la limitación. Los que estaban en Egipto han de descubrir en este hombre la respuesta que Dios da a su grito. Así se inicia una nueva etapa en la historia de la salvación.

En la segunda lectura Pablo, escribiendo a los de Corinto, echa mano a los acontecimientos del Éxodo para hacerles caer en la cuenta de que Dios sigue actuando, lo mismito que hizo en otros tiempos con nuestros padres, pero es necesario que ellos sepan descubrir, en la situación que viven, la presencia de Dios, fortalecerse en ella. Les dice : "no protestéis como protestaron algunos de ellos, y perecieron a manos del exterminador". Termina la lectura con una frase: "el que se cree seguro, ¡cuidado no caiga!"

Ello me lleva a pensar que dentro de los problemas que se viven en esta comunidad tan movida por las tormentas, los que se mantienen firmes en las enseñanzas recibidas están corriendo el peligro de sentirse mejores y, por ello negarse a los que andan enredando. Quizá piensan que ya están salvados y que son mejores que los otros. De ahí la advertencia.

No se puede olvidar que lo del seguimiento de Cristo, nuevo Moisés, pasa por el corazón y que Dios perdona, siempre perdona y escucha.

El texto del Evangelio nos coloca a Jesús en la tesitura del castigo (aquí enlazamos con el Éxodo y con lo que a su vez Pablo dice a los de Corinto): no fueron castigados a morir de forma violenta o en un accidente por no ser religiosos. Las muertes sin sentido suceden y van a seguir sucediéndose y eso no es un castigo con el que Dios se venga por no querer saber nada de Él o no vivir como hijos suyos. El tema de la salvación no se dilucida por el tipo de muerte que nos acaezca, sino desde el corazón. Muramos como muramos nos suceda lo que nos suceda, Dios siempre acoge y perdona, siempre que el hombre le busque desde la sinceridad y confianza clamando a Él. La parábola de la higuera, con la que termina Jesús, pone las cosas en su sitio.

¡Feliz Domimgo!

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